domingo, 21 de septiembre de 2014

Después de diez años se inicia juicio por desaparición de Andrea López


En La Pampa, se inició el juicio a Victor Purreta, acusado de asesinar a su pareja, Andrea López, desaparecida el 10 de febrero de 2004, víctima de las redes de trata y prostitución y por quien las organizaciones políticas, sociales y gremiales pampeanas hemos venido reclamando por su aparición con vida.
Purreta obligaba a prostituirse a Andrea López, y, además regenteaba un cabaret, en Pehuajó. Cumplió condena por facilitamiento de la prostitución, aunque el cuerpo de Andrea nunca apareció.
La causa dio un giro cuando en 2011, el hijo de ambos, quien al momento de la desaparición de Andrea tenía cuatro años, declaró en Cámara Gesell, que Purreta había ahorcado a su madre, durante una discusión, la noche antes que desapareciera. El niño vio a su madre en la cama de la pareja y fue testigo de las acciones para reanimarla, que realizó Purreta.
Andrea era una ex trabajadora de la fábrica Calzar, y vivía con el boxeador Victor Purreta y el hijo de ambos. Era obligada a prostituirse, a través de la violencia, en el momento de su desaparición. Luego de diez años, la causa estaba por prescribir, por la inoperancia y la complicidad de los gobiernos provinciales que ampararon a Purreta, que forma parte del aparato punteril oficialista.
Después de tres gobiernos peronistas, el jefe de la Policía sigue siendo el mismo. Andrea nunca fue hallada. Los testigos señalan la violencia a la que estaba sometida por parte de Purreta, que la mantuvo esclavizada en la prostitución, temerosa por su vida y la de su hijo. En cada escalada de violencia de Purreta, Andrea se refugiaba en la casa de su madre, Julia Ferreyra, principal querellante en la causa de homicidio simple. Miércoles 17 de septiembre de 2014.



viernes, 12 de septiembre de 2014

"LAS SIRVIENTAS"

Por Hernán Aragon.  Aclaración importante: Las protagonistas de esta nota, son empleadas domésticas que trabajan en casas de la alta burguesía. Sus nombres son ficticios, pero las historias y los diálogos están basados en hechos reales.
 “Bueno, ahora voy a mostrarte el resto de la casa de la señora. Este es el living, estos son los sillones y este es el hall donde se reciben las visitas. Este es el cuarto exclusivo del señor...te lo digo para evitarnos problemas… ¿Cómo te llamabas? Ah sí, es que estoy tan estresada. ¡Pero qué alegría más grande, le pedí tanto a la virgen para que vinieras!… Yo puedo ayudarte, ¿sabés? Este es el play room de los chicos, ¡y vos sabés cómo son los chicos, ¿no es cierto?! Esta es la cocina, la mesada de mármol, las cuatro heladeras. Las gaseosas y la comida del freezer son solo para ellos. ¿Sabés cocinar? La señora dejó anotado en esta listita lo que almuerza y merienda cada uno. La del medio detesta el yogurt y al más grande no puede faltarle su exprimido de frutilla… Para evitarnos problemas, ¿sabés? Aquí es donde se lava la ropa. La del señor y la señora se lavan a mano. ¿Sabés planchar? Las camisas no deben tener ni una marca y los pañales del más chiquito se lavan a mano también…En otras casas las señoras pagan hasta la mitad, ¿estás conforme? ¡Si la virgen supiera lo agradecida que estoy de haberte encontrado!...Vos deberías de estarlo también. Esta es la suite de la señora. Detrás de esa puerta está el vestidor y detrás de esta otra el rincón de las cremas. ¿Sabés pulir? Las griferías del yacuzzi son importadas y las toallas deben estar bien dobladas. Ahora la señora necesita descansar. Abajo, entre las máquinas, tenés un cuarto y un baño. Solo una cosita más, me olvidaba. Antes de hacerlos dormir que los chicos recen un Padre Nuestro y a la mañana los despertás con el desayuno en la cama…Para evitarnos problemas, ¿sabés?”
No importa si se llaman Mari, Vale, Estela o Juana. No importa si llevan un delantal a volados o un ambo azul con pollera tableada. Usen o no delantal, tengan el pelo recogido o envuelto en una cofia. “Somos las que ordenamos sus casas y cambiamos a sus hijos. Las que fregamos sus ropas y limpiamos sus baños. Somos las que estamos para servir a las señoras”, dicen al unísono. Muchas de ellas empezaron a los 12 o 14 años sacudiendo un acolchado o colgadas de una silla para limpiar donde su madre, mucama también, ya no podía hacerlo “¿Por qué no traés a tus hijas, Teresa?... Para que te ayuden y de paso vayan aprendiendo la tarea”. Ellas, “las sirvientas”, porque eso son para los burgueses, están librando una guerra silenciosa, siempre al borde del abismo. “Tenés que aprender cuándo callarte y cuándo poner un límite para que no te pasen por encima. Los hijos rápidamente aprenden de sus padres a basurearte y lo hacen sin ningún reparo. Ellos te están midiendo todo el tiempo, y con el tiempo vos aprendes a medirlos a ellos. Que atame los cordones, que haceme la comida. Una niña me llegó a decir una vez: ‘mirá que tengo una cajita llena de plata y la tengo bien contada. Si me llega a faltar algo llamo a la policía para que te lleven presa’. Esos chicos pueden darte vuelta la casa sin que sus padres ni siquiera le levanten la voz, total es la ‘sirvienta´ la que volverá a encargarse de poner todo en su lugar”.
Son los niños burgueses o las cámaras de seguridad, ubicadas en cada cuarto, las que vigilan permanentemente sus tareas. Porque ser la sirvienta de los ricos es ser prácticamente una delincuente en potencia. Y cualquier error minúsculo, cualquier falla involuntaria, puede tener una consecuencia irremediable. Las patronas saben que sin sus referencias ellas no conseguirán trabajo en otras casas y eso se lo hacen sentir a cada instante. “Cuando vas a una casa nueva te espera un nuevo interrogatorio policial. Te sacan fotos, te observan de arriba abajo, hasta se fijan en el color de tu piel. Si les llegas a caer mal o simplemente no les gusta como trabajas, las señoras se dedican a hacerte campaña por Facebook, con tu foto y todo, y entonces olvídate de ingresar en otra casa. Esa es su diversión y su pasatiempo, como el de crearte competencia con tus otras compañeras: ‘vos me limpias mejor que ella, pero no la despido porque sé lo que es tener necesidad’, te dicen”. Al regresar a sus casas, Mari, Vale, Estela o Juana sienten la diferencia. Miran a su alrededor y comparan. Miran los juguetes de sus hijos y comparan. Miran a sus maridos llegar reventados de las fábricas y comparan. Paso sin escalas de la abundancia a la escasez, y comparan “Qué sabrán ellas lo que es la necesidad, qué sabrán lo que es ser pobre”, murmuran entre dientes mientras comparan.
Antes pensaban que su situación era natural, que las cosas eran así y no se podían cambiar. Ahora, organizadas pueden ver claro. “Hay una diferencia terrible entre ellas y nosotras. Si sus maridos no las ayudan, pagan para que les cuidemos sus hijos. Si quedan embarazadas y no lo desean pueden hacerse abortos seguros. Ellas tienen de todo pero con nosotras son unas ratas. Se desviven por regatearte una moneda cuando sus fortunas son incalculables”. Algunas son secas o muy autoritarias. Otras silenciosas o falsamente afectuosas. Las hay religiosas y ateas. Pacatas y descontroladas. Pero ninguna puede dejar de manifestar, a su manera, el desprecio directo que sienten por sus “sirvientas”. Mujeres de Industriales o de banqueros; de familias tradicionales o de la alta farándula. Ellas son “las señoras”, pero ese tema pertenece a la segunda y última nota de esta serie.