martes, 26 de octubre de 2010

Las cartas marcadas







Quemadas en la hoguera, acusadas de brujas, de tontas, de más débiles o de perfectas víctimas de un crimen pasional, las mujeres históricamente han sido objeto de un odio que no cesa. El libro del periodista Jack Holland publicado recientemente, Una breve historia de la misoginia (Ed. Océano), intenta poner en perspectiva cronológica un sentimiento que, compartido por hombres y mujeres, ha dejado y sigue dejando en desventaja y en situación de riesgo a la mitad del planeta.

Por Marisa Avigliano

“No sólo a los homosexuales no les gustan las mujeres, a casi nadie”, repite Peter Sellers mientras se mira en un espejo en el set de Woman Times Seven. Escenas desordenadas, fragmentos de películas pegados con la scotch de la memoria vaga compaginan un anuario misógino que nos acomoda boca abajo con las piernas cruzadas hacia arriba escribiendo la lista interminable en la que aparecen la ambigüedad poética, los mitos desenterrados y las más lejanas y amorosas obsesiones personales en la que figurará seguramente Jenny Colon, la Pandora de Nerval.

Pero después de hacer la lista o mientras tanto podríamos empezar una historia de la misoginia a partir de la entrada mujer en cualquier diccionario simbólico: en la esfera antropológica la mujer es el principio pasivo de la naturaleza y también es la sirena, lamia o ser monstruoso que encanta, divierte y aleja de la evolución. Con ese axioma, será fácil aventurarse en la patraña histórica con furia rauda.

Meses atrás se publicó en español Una breve historia de la misoginia, de Jack Holland (1947-2004) cronista político –indiscutido referente para conocer la situación de Irlanda del Norte–, narrador y poeta. Trabajó dos años en su breviario (“cuando los hombres se enteraban sobre el libro que estaba escribiendo me hacían un gesto de cabeza y un guiño, por el supuesto tácito de que me había dedicado a justificarla”), y murió en un hospital de Manhattan corrigiendo el manuscrito junto a su hija Jenny, prologuista y artífice de la edición del libro. Recuerda Jenny: “Mi padre adoraba la historia y adoraba a las mujeres. Estos son los dos factores que lo llevaron al tema de la misoginia, considerablemente diferente de las cuestiones políticas del norte de Irlanda a las que dedicó toda su carrera. A medida que escribía se iba quedando atónito ante la asombrosa lista de crímenes cometidos contra las mujeres por sus esposos, padres, vecinos y gobernantes (...) ¿Cómo se explican la opresión y la brutalidad contra la mitad de la población mundial por parte de la otra mitad, a lo largo de toda la historia?”.

Jack Holland se crió en Belfast y desde chico supo que en su barrio (después supo que en cualquier otro barrio, también) la palabra concha expresaba la peor clase de desprecio que una persona podía sentir por otra, recuerda Holland: “Si aborrecías a alguien, con llamarlo conchudo estaba todo dicho”.

ODIO ANTES DE CRISTO

El rastreo histórico de Holland empieza en algún momento del siglo VIII a. C. ¿Quién acunó al prejuicio? ¿La Grecia de Pandora? ¿El Génesis y su Eva? Las míticas chicas comparten el protagonismo, son el blanco móvil de todos los males, las responsables de todo el sufrimiento humano. Sí, la culpable de todo es Eva o Pandora o como quieran llamarla, qué importa el nombre si es mujer. La idea tardía de la creación, el bello mal, la letal raza femenina trajo todos los males, acarreó muerte, pecado y sufrimiento. Está dicho, los efectos malignos de la caída de la gracia los produjo la mujer.

Sigamos recorriendo las zonas del desastre, la emergencia de la misoginia en la Grecia del siglo VIII a. C. se produjo precisamente cuando declinaba la influencia de las dinastías basadas en familias; el poder pasó al cuerpo político de la ciudad-Estado. En aquellos días las mujeres romanas eran la pesadilla de los varones griegos porque desafiaban el dictado misógino que sentenció Pericles: “Una buena mujer es aquella de la que no se habla ni siquiera para elogiarla”, mientras las mujeres griegas caían en el olvido y eran mujeres sin nombre, las romanas sólo exhibían el suyo: Mesalina, sinónimo de sexualidad; Agripina, la de la ambición implacable, o Sempronia, la intelectual que aprendió a conspirar. Entonces... ¿se podía ser mujer en Roma? Sí, siempre y cuando esa mujer haya sobrevivido al infanticidio femenino o no se haya casado. Egnatius Metellus una vez llegó a su casa y como encontró a su mujer tomando vino la mató a golpes con una maza, escribió V. Máximo y agregó: “No sólo nadie lo acusó de haber cometido un crimen sino que nadie lo culpó. Todos consideraron que era un ejemplo excelente”. Parece que los romanos heredaron la preocupación griega por la virtud femenina y la vincularon con el honor de la familia y el bien del Estado.

Ya entonces la misoginia estaba basada en el temor de lo que podrían hacer las mujeres si fueran libres. “Que la raza femenina no desarrolle su razón, porque eso sería una cosa terrible” (Demócrito).

ODIO A LA ROMANA

A medida que el Imperio Romano prosperaba primero y declinaba después, la búsqueda de sensaciones fue volviéndose cada vez más la clave de la imaginación romana y de sus manifestaciones más misóginas. Los combates de gladiadores en el Coliseo fueron un elemento central de esa búsqueda en la que ocasionalmente también participaban las mujeres. Amazonia y Aquilia luchaban sin cascos porque los espectadores querían verles la cara: “¿Cómo puede ser decente una mujer que se pone casco en la cabeza, negando el sexo con el cual nació?” (Sexta sátira, Juvenal).

En un costado de ese mismo Coliseo se levanta una cruz negra que recuerda a todos los mártires que murieron allí y que fueron en su mayoría mujeres atrapadas entre el poder y la complejidad misógina del cristianismo.

En 412 d.C. Cirilo, obispo de Alejandría y más tarde canonizado santo, arengó en el estertor de uno de sus sermones a una turba excitada para que atacara la academia de Hipatia, acusada de artes satánicas. (Hipatia era hija del matemático Teón y daba clases de música, filosofía y astronomía.) “La sacaron de su academia, la arrastraron hasta la iglesia Cesarión, allí la desnudaron y, sujetándola, la desollaron viva. Después entregaron sus estremecidos miembros a las llamas.”

Los cristianos habían pasado rápidamente de mártires a inquisidores. En los siglos siguientes el perfume del incienso eclesiástico empezaba a mezclarse con el olor de la carne de una mujer quemada. Para los inquisidores la explicación era sencilla: toda brujería nacía de la lujuria carnal, lujuria que en las mujeres era insaciable porque la boca del útero nunca logra satisfacerse. A lo largo de los años fueron quemadas vivas con mordazas de hierro y púas en la boca. Se pregunta Holland: “¿Cómo fue posible que las mujeres fuesen demonizadas durante años en una sociedad en la que el conocimiento y las artes estaban en los más fructíferos de los períodos y en la cual las revoluciones científicas, filosóficas y sociales de Europa no tardarían en trasformar para siempre la forma en la que la gente se veía a sí misma y al mundo?”

LA PALABRA JUSTA

Un prejuicio sobrevive en el tiempo mucho antes de tener nombre. Cuando se inventó la rueda la misoginia ya estaba dando cuatro vueltas en el aire. Pero la palabra apareció por primera vez en el Oxford English Dictionary en 1656 y se la definía como odio o desprecio hacia las mujeres. Misógino ya había aparecido en 1630 en un folleto titulado Swetman arraigned como respuesta a un texto escrito por Swetman en el que las atacaba y despreciaba.

La literatura, siempre considerada, nos muestra que la misoginia, el prejuicio más antiguo del mundo, nunca pasó de moda. Allí está siempre presente y actualizado en un texto de meloso elogio escrito por Clement Marot (1496-1544):

Bolita de marfil
en medio de la cual se encuentra
una fresa o una cereza,
cuando alguien te ve muchos hombres sienten
en sus manos el deseo de tocarte y sostenerte.
el mismo poeta que también escribió:
Seno que no es más que piel,
seno fláccido, como un pendón,
como un embutido,
seno con un feo labio grande y negro,
seno adecuado para amamantar
a los hijos de Lucifer en el infierno

Otros ataques como parte de una convención retórica fundados en gastados clichés perduraron como tradición literaria a lo largo de todo el siglo XVIII:

“¡Oh, rostro más vil! Y, sin embargo, me cuesta cuarenta libras al año de mercurio y huesos de cerdo. Todos sus dientes se hicieron en Blackfriars, sus dos cejas en el Strand y su pelo en Silverstreet. Cada rincón de la ciudad posee una parte de ella... Se desarma toda cuando se va a acostar, en unas veinte cajas, y alrededor del mediodía se vuelve a armar, como un gran reloj alemán.”
(fragmento en el que el capitán Otter describe a su esposa, Ben Jonson, Obras, Volumen I.)

Los ejemplos de misoginia cruzan trópicos y siglos pero la historia siempre se encargó de mostrarlo como un prejuicio demasiado obvio para reparar en él. Qué conveniente y qué cómodo. En distintas civilizaciones, en diferentes épocas, el registro histórico es muy claro: se considera algo perfectamente normal que los hombres condenasen a las mujeres o que expresasen su disgusto hacia ellas por el simple hecho de que eran mujeres.

Y EL ODIO CONTINUA

“Mientras se esperaba que las mujeres victorianas se mantuvieran por encima de ciertos aspectos de la naturaleza, se contaba también con que se sometiesen a la naturaleza de maneras que consideraban parte esencial del destino femenino. Una de ellas eran los dolores de parto. Desde hace mucho tiempo, los cristianos predicaban que ese sufrimiento era el castigo impuesto sobre todas las mujeres debido al pecado de Eva. Doscientos cincuenta años antes, durante el reinado de Jacobo VI (1566-1625), una tal Euphanie McCalyane, incapaz de tolerar los dolores del parto, le pidió a una partera, Agnes Simpson, que le diese algo para aliviar su sufrimiento. El rey se enfureció y mandó que se la quemase viva.”

Obviamente el pasado no monopolizó horrores ni torturas hacia las mujeres ni mucho menos, basta con recordar los abusos sexuales y el trato a las embarazadas, el robo de bebés nacidos en cautiverio durante la dictadura militar y el tiempo que se ha tardado para que estos crímenes, concretamente el de la violencia de género, fueran considerados de lesa humanidad. En los comienzos del siglo XXI, una de las desertoras de las prisiones de Corea del Norte, Sun-ok Lee, actual investigadora en economía, contó en su libro Los ojos brillantes de las bestias sin cola, que estuvo detenida en Kaechon, donde el 80 por ciento de las prisioneras eran amas de casa. Cuenta Sun-ok que compartía una celda de 5,8 metros de largo por 4,9 de ancho con otras noventa mujeres, que dormían en el piso, que se les permitía bañarse dos veces por año y podían ir al baño sólo dos veces por día en horarios establecidos y en grupos de diez. Escribe Lee: “Dos mujeres caminaban hundidas hasta las rodillas en el fondo de la fosa séptica para llenar de excrementos una cubeta de hule de 20 litros, sin otra herramienta que sus manos desnudas. Otras tres mujeres jalan la cubeta de hule desde arriba y vierten su contenido en un tanque de transporte”.

Escribe Holland: “En noviembre de 2003 Gary Leon Ridgway (el asesino del Río Verde), es declarado culpable frente a un tribunal de Seattle por haber matado a 48 mujeres –posteriormente confesó haber matado a 71–. Ridgway es considerado uno de los asesinos en serie más prolíficos en la historia criminal de los Estados Unidos. Si las víctimas de esa turbulencia asesina hubieran sido judíos o negros se hablaría de cuestiones raciales, filosóficas, en cambio cuando se trata de un Ridgway o de un Jack el Destripador se espera que las explique un psiquiatra”.

Mientras las religiones, la filosofía y el psicoanálisis mostraban desprecio por las mujeres, la historia nos iba enseñando que podíamos entender la indestructibilidad de la misoginia a través de cuatro palabras clave: generalizada, persistente, perniciosa y cambiante.

Para los misóginos las mujeres son el “otro” originario, el “no tú”, de modo que no hace falta viajar mucho para saber qué es la misoginia, basta con quedarse en la puerta de una escuela a la hora de la salida, mirar un programa político por televisión, hablar con un médico, con un jefe o con una jefa.

Mientras busca petróleo Occidente se persigna porque en el camino se encuentra con una de las piedras que mató a una mujer y vuelve a persignarse con una gran cruz en el cuello mientras canta un rap en el que las mujeres son todas putas o estúpidas pero tan bellas que sólo dan ganas de violarlas.

El breviario de Holland –apenas un intento de divulgación del prejuicio– abre el juego para pensar en la misoginia más allá de las clasificaciones temporales y geográficas. Allí están las mujeres recluidas en las tribus de las montañas de Nueva Guinea, en el Amazonas o detrás de un velo, obligadas a la clitoridectomía, asesinadas por dejar de amar a un hombre o mutiladas por no querer seguir cocinando. Días atrás el Tribunal Federal Supremo de los Emiratos Arabes Unidos ha sentenciado que un hombre tiene el derecho de castigar a su esposa y niños con la condición de que no deje señales físicas. No nos quejemos por los golpes, parecemos nenas...

La sed misógina está siempre esperando su ambrosía. Se la detectaba en el Imperio Romano, en las matanzas de Ruanda y en medio de la ciudad cuando acalorados señoras y señores dicen yegua en lugar de Cristina Fernández.

Todo está frente a nuestras narices, sólo habrá que componer una taxonomía misógina y develar el mayor enigma al que se asomaron sin éxito vieneses y austrohúngaros (Wittgenstein y Otto Weininger, autor de Sexo y Carácter, un hit de la misoginia de entre dos siglos, entre otros).

Una creciente admiración por la construcción del sexo épico –con sus menstruales proezas– nos obligaron en días pasados, cuyo único tema fue la minería, a pensar en que apaciblemente despóticos y misóginos nos vuelve la contumacia de la Madre Tierra, tal vez una consulta geológica revelaría la supervivencia animal de especies sexualmente analfabetas. ¿Es el sexo la gramática superior de la especie? Mientras pensaba en una respuesta recordé un verso de “Desnudo en barro” de César Vallejo: “La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre”.



lunes, 25 de octubre de 2010

Ese Hugo que tanto Kieren


Hugo Moyano fundó la filial marplatense de la CGT en 1972, cuando formaba parte de la Juventud Sindical Peronista y conducía el gremio de Camioneros de La Feliz. La JSP era la que proveía de "muchachos" (cualquier coincidencia con actuales sucesos es mera coincidencia) a organizaciones parapoliciales como la Concentración Nacional Universitaria (CNU), que cometía atentados y asesinatos de activistas y militantes de la izquierda, antes del golpe, ¡bajo un gobierno peronista!
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El 30 de noviembre de 1974, al pie del monumento a San Martín (Luro y Mitre, Mar del Plata) se congregaron los jefes de las bases Naval y Aérea, la Unidad Regional IV de la Policía Bonaerensey de la delegación de la Policía Federal, los máximos dirigentes de la CGT Regional, de sindicatos y de organizaciones como la CNU, el Comando de Organización y la Juventud Sindical Peronista, para hacer un minuto de silencio y descubrir esta placa en homenaje a los militares y policías caídos en la lucha contra la subversión (ver foto)

A la CNU y su aliada, la Juventud Sindical Peronista liderada por ese entonces por Hugo Moyano, se le atribuyen los asesinatos de la decana de Humanidades de la Universidad de Mar del Plata y de otros militantes de izquierda. Muchos de los integrantes de estos grupos fueron asimilados por la Triple A, bajo las órdenes de José López Rega y algunos, incluso, formaron parte de los grupos de tareas que secuestraron, torturaron, asesinaron y desaparecieron durante la dictadura militar.

AD

domingo, 24 de octubre de 2010

El debate que no se soporta



Fue el único taller donde se produjeron desmanes con forcejeos y rotura de vidrios. Les gritaron “putas” a las participantes y llegaron a tirar gas pimienta. Dijeron que llegaban para ayudar a las mujeres católicas.

Por Sonia Tessa

Mientras miles de mujeres ponían en común sus experiencias y saberes en los otros 54 talleres sin inconvenientes, el epicentro del Encuentro Nacional de Mujeres se trasladó ayer a la mañana a la escuela Sarmiento, de La Paz 45, donde se debatía sobre “Anticoncepción y Aborto”. Hasta allí llegaron unos cien hombres, que llevaban enormes crucifijos, a arrancar carteles y gritar lindezas como “putas” a las participantes del Encuentro. Faltaban 15 minutos para las 11 de la mañana, y unos 10 o 15 de esos muchachos ingresaron por la fuerza en la escuela, cuando es tradición del Encuentro que esté prohibida la presencia masculina. Rompieron vidrios y adujeron que sacarían a las mujeres católicas que estaban siendo agredidas en las comisiones. Incluso llegaron a tirar gas pimienta, además de empujar, pegar patadas y puñetes. Al punto que tres integrantes de la comisión organizadora sufrieron lesiones, y una debió ser hospitalizada. La enorme batahola terminó con la expulsión de las católicas y la llegada en masa al lugar de militantes de las agrupaciones de izquierda.

También llegaron los abogados de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Marcelo Boeykens y José Iparraguirre, quienes denunciaron la inacción policial. Incluso, a Boeykens, un oficial que se identificó como el jefe de la Departamental, de apellido Lazari, le pegó en la cara. “La situación fue muy tensa. Gente de la Iglesia Católica quería impedir que funcionara el taller. Era una patota de unos cien tipos que quisieron irrumpir, mientras la policía mostraba una pasividad total”, explicó Boeykens.

La manifestación de activistas –jóvenes en abrumadora mayoría– de partidos de izquierda que comenzó frente al colegio derivó en una asamblea al mediodía, en la plaza 1º de Mayo, en la que ese sector decidió impulsar un plan de lucha nacional para obtener la legalización del aborto, y una marcha para el 20 de octubre.

Tras lo sucedido, la comisión organizadora deslindó responsabilidades. “Aprovechamos la ocasión para denunciar y repudiar el violento accionar de sectores vinculados con la Iglesia Católica que irrumpieron agresivamente en la escuela Sarmiento”, dice un comunicado emitido ayer al mediodía, que afirma también: “Queremos hacer público nuestro rechazo al accionar de ciertos sectores que están dentro del Encuentro, pero que no participan del mismo sino que tratan sistemáticamente de romperlo, ocasionando incidentes, dañando edificios públicos e impulsando comportamientos que nada tienen que ver con la esencia del Encuentro. Estas acciones no favorecen al Encuentro sino que le juegan en contra y perjudican a las compañeras que viajaron cientos de kilómetros hasta Paraná para formar parte de esta experiencia”.

El conflicto en la escuela Sarmiento siguió por la tarde. Activistas de Pan y Rosas expulsaron nuevamente a las activistas católicas, al grito de: “Fuera la Iglesia del Encuentro”. Las echadas se quedaron en la vereda contraria, rumiando bronca y buscando cámaras para expresar su opinión. Una de ellas les gritó: “Se van a quedar sin sus Encuentros”.

Pocos metros más adelante, sentadas en la ventana de un almacén sobre la vereda contraria, dos chicas se quejaban. Analía y Mariela contaron que era su primer Encuentro, y después de los episodios vividos estaban decididas a no volver.

Espacio masivo, con miles de mujeres –este año se calcularon entre 25 y 30 mil– movilizadas, el Encuentro es un lugar privilegiado por muchos partidos, grupos autogestivos y organizaciones para hacerse visibles, así como impulsar sus políticas de género. Y además es una oportunidad única de miles de mujeres para encontrarse, compartir experiencias, hacerse visibles, escuchar a otras.

Al mediodía, la plaza 1º de Mayo era un vergel de iniciativas y propuestas. Por un lado podía verse la Rayuela del Placer, un espacio lúdico. En todos los rincones de la plaza, muchas estaban sentadas, en sus grupos, tomando mate y charlando. Al mismo tiempo se desarrollaba el panel de feministas latinoamericanas, programado y difundido previamente, del que participaron activistas como Rocío Claro, de la Asamblea de Mujeres por la Paz, de Colombia; y Karla Lara, de Feministas en Resistencia, Honduras. Allí cantó Karla una canción que definió como un manifiesto. Habían abierto y cerrado Condenadas al Exito, un grupo de mujeres que hace canciones militantes, con letras tales como “Yo era una de esas que obedecía, no decía nada”, al ritmo de “La Bamba”.

“Estoy contenta, se pudo avanzar muchísimo en el debate del taller”, se decían entre amigas, las dos participantes del Taller de Estrategias por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Por allí iban feministas lesbianas con la leyenda “Yo soy Natalia Gaitán”, en relación con la lesbiana cordobesa asesinada por el padrastro de su novia, el 6 de marzo pasado. Cada una puso su propia consigna, su propia identidad, en juego en su atuendo. “Revolución en la calle, en la casa y en la cama”, decían algunas remeras.



domingo, 1 de agosto de 2010

Avisale a Kristina: ¿Igualdad? ¿Qué igualdad?

Por Andrea Datri

En las agencias de trabajo, la situación se repite: miles de jóvenes trabajadoras son forzadas a ocultar a sus hijos en las entrevistas con el jefe de personal. Si ya están trabajando cuando quedan embarazadas, son despedidas. La mayoría trabaja en condiciones precarias, sin ningún resguardo legal ante el despido, ni mucho menos guardería o licencia por maternidad. Sin embargo, una de cada tres mujeres que trabaja es jefa de hogar. ¡Y más de la cuarta parte de las mujeres del país vive bajo la línea de pobreza! Esa es la realidad de millones de mujeres, porque sólo el 2,5% de las que trabajan son “patronas”; son muy pocas las cuentapropistas y la enorme mayoría –¡el 80%!- son asalariadas. Este ejército de mujeres trabajadoras es mayoría en la educación, la salud y el trabajo doméstico; representan casi la mitad de los trabajadores de Comercio, Hoteles y Restaurantes. También tienen una alta participación en la industria textil y en la alimentación; pero siempre son incluidas en sectores donde se necesita menor calificación técnica –aunque la mayoría de las trabajadoras terminó el secundario-, donde cobran salarios menores a los de sus compañeros varones. A la discriminación laboral, los salarios más bajos y los trabajos más precarios, hay que agregar que las mujeres corren el riesgo de ser víctimas del abuso de capataces y patrones. Y que, además, están sometidas a otra jornada de trabajo que nadie reconoce como tal y que se hace gratuitamente: la que se dedica a las tareas domésticas y al cuidado de la familia. No es algo menor, porque esa extenuante jornada es una de las razones que, en la práctica, impide que las mujeres tengan el mismo derecho que sus compañeros a dedicarse a la organización y la lucha por sus propios derechos.
Como si todo esto fuera poco, son las trabajadoras, las mujeres de las barriadas populares, las jóvenes con empleos precarios y desocupadas las que corren riesgos de salud y hasta el peligro de morir cuando, por las más diversas circunstancias, recurren a la interrupción voluntaria del embarazo.

Ni una muerta más por aborto clandestino

Todas las mujeres atravesamos la experiencia de un aborto o vivimos de cerca esa experiencia de nuestra madre, nuestra hija, una hermana, una amiga, una vecina, una compañera de trabajo o estudio. Porque, en Argentina, se practican 500 mil abortos cada año: la más elocuente demostración de que la penalización del aborto no impide que éste se realice y que las mujeres de todas las condiciones sociales recurran a la interrupción voluntaria del embarazo bajo las más diversas circunstancias. La penalización del aborto, evidentemente, no impide su práctica; lo único que consigue es que se realice en clandestinidad.
Y si bien todas las mujeres atravesamos o vivimos de cerca la experiencia del aborto, las condiciones impuestas bajo la clandestinidad no son para todas iguales. Para una minoría, están disponibles las clínicas truchas –con atención médica, anestesistas, monitoreo cardíaco, enfermeras e higiene-, donde el pago de más de mil dólares garantiza una intervención quirúrgica aséptica, rápida, sin complicaciones. Se calcula que el negocio reditúa mil millones de pesos al año, una cifra que no sólo permite cubrir los costos y los honorarios profesionales, sino que también paga la impunidad, mediante coimas a la policía, los funcionarios municipales, abogados, etc.
Mientras tanto, una gran mayoría de las mujeres no encuentran otra salida que recurrir a parteras y enfermeras que atienden en su propia casa, a métodos caseros de improbable eficacia, a farmacéuticos y curanderos, a consejos que circulan a media voz, a otras medidas drásticas sugeridas por la propia desesperación… ¿Para qué entrar en detalles por todas sabidos? Se calcula que son aproximadamente 400 las mujeres que mueren por esta razón, cada año, con perforaciones uterinas, hemorragias incontrolables y cuadros de infecciones generalizadas. Las que corren ese riesgo son las adolescentes y jóvenes de las barriadas populares, las mujeres que tienen trabajos precarios, aquellas que están desocupadas sosteniendo a su familia con subsidios mínimos, las que son sostén de hogar con salarios que ni siquiera cubren la canasta familiar…
Penalizando el aborto no se puede evitar que éste ocurra. En cambio, si fuera legal, se podrían evitar tantas muertes producidas por las consecuencias del aborto clandestino. Por eso, junto con la exigencia de educación sexual y el acceso gratuito a la anticoncepción, la lucha por el derecho al aborto –para que sea legal, seguro y se practique gratuitamente en los hospitales públicos- forma parte de la lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras y el pueblo pobre.
Organicemos comités de apoyo a la ley por el derecho al aborto, que junten firmas para exigir que sea aprobada en el Congreso, que impulsen una gran campaña activa con afiches, pintadas, buscando la adhesión de sindicatos, comisiones internas, delegados y delegadas, para que seamos miles quienes nos movilicemos para conquistar este derecho.
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¿Quiénes abortan?

Las mujeres que abortan son adolescentes, jóvenes, adultas, usaron métodos anticonceptivos, no los usaron, se olvidaron de tomar la pastilla, tienen compañeros que no quisieron usar preservativos, están casadas, son solteras, viudas, divorciadas, están solas, acompañadas, están en situación de prostitución, son fieles y monogámicas, tuvieron educación sexual, jamás hablaron de sexo con nadie, son católicas, judías, evangélicas, no creen en nada, creen en otras cosas, quieren tener hijos, no quieren tenerlos, ya los tienen, los quieren tener más adelante, son pobres, trabajan, temen ser despedidas, no tienen trabajo, tienen un buen salario, no tienen nada, tuvieron relaciones sexuales con el novio, con el marido, con el amante, con el amigo, con un cliente, con un desconocido, fueron abusadas por su propio padre, violadas en un boliche, en la calle, por uno, por varios, por un amigo de la familia, el vecino, el policía, el sacerdote, tuvieron relaciones consentidas, pensaron en las consecuencias, no lo pensaron, están a favor del derecho al aborto, están en contra, les provoca un alivio, les provoca tristeza, viven en la ciudad, en el campo, en el norte, en la capital, en la Patagonia, lo hacen con dudas, están seguras de lo que hacen, van a la universidad, no terminaron la escuela primaria, lo cuentan a sus amigas, no se lo dicen a nadie, soy yo, vos, somos todas. Todas lo hacemos en clandestinidad. Pero sólo una minoría está segura de que no corre riesgos de morir en el intento.
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Komulgando con la Iglesia

Los diarios anunciaron que la guía de atención del aborto no punible se había convertido en resolución ministerial. Pero no pasó ni un día antes que el ministro de Salud, el clerical Juan Manzur, saliera a desmentirlo. Al día siguiente, en medio de la confusión, se supo que fue la propia Cristina Kirchner la que llamó para ordenar que se volviera atrás con esa resolución. La presidenta, en innumerables ocasiones –incluso cuando aún estaba en campaña electoral- dejó en claro su posición contraria al derecho al aborto. Esa postura la hace explícita a la hora de elegir a los ministros de Salud: primero fue Graciela Ocaña –que provenía de las filas de la chupacirios de Lilita Carrió-; fue quien dijo que el aborto era tema de “política criminal”. Después, nombró al actual ministro Manzur –conocido por ser un ferviente católico practicante-. Pero no es sólo Cristina la que está en contra. También lo están muchos gobernadores, diputados y senadores, aún algunos de los K que aprobaron el matrimonio igualitario. Fuentes del gobierno aclararon que con esta “vuelta atrás” se intentaba dar “una clara señal de la intención oficial de no profundizar los roces” con la Iglesia.
Mientras el gobierno impedía que se avanzara mínimamente con la reglamentación del aborto no punible, se conocía la trágica noticia de una niña de 11 años que había sido abusada por un vecino. Los medios debatían si correspondía o no la interrupción de ese embarazo, bajo la figura de aborto no punible que contempla la excepción del código penal. Pero el gobierno sigue dándole la espalda a las miles de mujeres que deben recurrir al aborto clandestino, a las que mueren por las consecuencias de esta clandestinidad y ni siquiera da un claro mensaje para que al menos se respeten las excepciones del aborto no punible, dándole vía libre a la Iglesia, los grupos derechistas autodenominados “pro-vida” y los jueces clericales y reaccionarios que judicializan cada intervención poniendo en riesgo la salud y la vida de niñas y mujeres violadas.

lunes, 12 de julio de 2010

jueves, 20 de mayo de 2010

“Algo habrán hecho” de Eva Giberti


Por Eva Giberti

Desde los perpetradores originales, en libertad cuando se esperaba su inmediata detención, hasta los vecinos observadores, que también son perpetradores periféricos, la propuesta es doble: por una parte, “aquí no pasó nada malo, no se mató a nadie” y por otra “lo que pasó era algo habitual, todo el pueblo conocía esos videos, porque hay varios”.

Los medios de comunicación se ocuparon de difundir los contenidos del Código Penal, y los márgenes de edad para ser víctima de un delito, así como la importancia del número de agresores cuando son “más de dos”. Se trata de informaciones cotidianas: hoy sabemos, aun sin haber leído el expediente, que una muchachita de catorce años fue violada por tres sujetos y filmada mientras no podía escapar de la situación.

Que quede claro que la imposición del denominado sexo oral, la fellatio o felación de los latinos, constituye violación para quien está obligada u obligado a asumirla sin alternativa. Y sin duda se instala como una forma de tortura. De la que disfrutan quienes la ejercen como forma privilegiada del abuso de poder.

También sabemos que un corrillo de vecinos, según se dice inspirados por los familiares de los perpetradores, se organizó en defensa de estos denominados muchachos que “no habían hecho nada malo” porque la “chica”, o sea la víctima, “estaba habituada a estas situaciones”, más aún, por ser algo “ligerita”, “rapidita”. O sea, no se le escapa a nadie que la tentativa se dirige a exculpar a los muchachos de buena familia porque, en todo caso, a esa chica le pasó lo que le pasó porque “en algo andaría”, o mejor “en algo andaba”. Que se sintetiza en aquel famoso “algo habrán hecho” que definió el perfil cómplice de los ciudadanos y ciudadanas adheridos al terrorismo de Estado.

¿O pretenderemos suponer que el terrorismo de Estado entre nosotros se mantuvo durante diez años solamente gracias a Martínez de Hoz y merced a las Fuerzas Armadas y a las fuerzas de seguridad? No fue así. Entre quienes lo sostuvieron estaban aquellos que decían “algo habrán hecho” para referirse a aquellas víctimas.

Un canal sólido y sutil comunica los pensamientos, negaciones, puntos ciegos y goces en el imaginar que alguien está siendo o ha sido ferozmente victimizado por sujetos a los que se elige como representantes de la verdad y con los cuales es posible identificarse; porque son los que han hecho algo que se admira: portarse como torturadores, capaces, además, de proveer de entretenimiento a una comunidad: para eso filmaron el video, para entretenerse y entretener. Violar a una muchacha entre varios, semejante las becerradas del Medioevo y filmarla para distribuir las imágenes entre la comunidad desborda el delito del violar y lo perfecciona con el narcisismo de quienes se miraron a sí mismos aportándose el placer de un tríptico de falos compartidos.

Los comentarios propios del desconcierto popular ante un corrillo que en una ciudad enarbolaba carteles vivando a los buenos muchachos, falsamente acusados por quienes defienden a quien algo habrá hecho para que la violen, condujo a la conclusión inevitable: “¡esta sociedad está enferma!”.

Lo plantearon antes de que se supiera que en Olavarría varias mujeres denunciaban a su ginecólogo por prácticas sexuales ajenas al ejercicio de su profesión, llevadas a cabo, justamente, en momentos de ese ejercicio. Otro agrupamiento portaba carteles en defensa del ginecólogo, seguramente victimizado por una coalición de mujeres confabuladas con intención de perjudicarlo. Este agrupamiento, igual que en la otra ciudad, había salido en defensa del supuesto violador.

Si lo verosímil de la historia mantuviera la fuerza probatoria de lo que se deberá probar, si bien los testimonios de las mujeres deberían alcanzar, sólo repetiría lo que innumerables mujeres han padecido en situaciones semejantes, con un agravante: el juramento hipocrático aniquilado, el principio sagrado de la medicina: “primero no dañar”.

Ahora tendrían que afirmar que la sociedad está muy enferma. Y así sucesivamente. Y digo sucesivamente porque la historia de General Villegas postergó el análisis de la familia que violaba, mediante sus distintos miembros, a una niña, luego adolescente de 16 años. Víctima que –según informaciones no confirmadas– habría sido repudiada por sus conocidos por “buchona”, por haber contado lo que le sucedía. Y ahora hay una familia deshecha. Debido a su denuncia. Situación conocida perfectamente por aquellas víctimas que denuncian y luego son sancionadas por quienes las rodean, y aun padecen exclusiones sociales por haber hablado de lo que no se habla.

La identificación con el agresor, con el victimario, el delincuente sexual es un hecho común, frecuente; es el efecto de posicionarse en el lugar del triunfador, del ganador, ya que asumir la posición de la víctima es penoso y humillante. Y el lugar del poder es deseable, el lugar de aquel que puede exhibirse y ser admirado como transgresor de la ley, sin ser considerado un delincuente, como lo explican los carteles que se exhiben en dos ciudades de nuestro país.

Para que se levanten esos carteles es preciso que la disfunción moral –por llamar de algún modo al fenómeno–, es decir los límites de las reflexiones éticas han sido saturados o no adquiridos. Es necesario renegar del lugar de las víctimas, despreciarlas e incorporar un saber impregnado por la violencia como valor inestimable. Cualquier violencia y, entre ellas, las que se derraman sobre las mujeres han sido privilegiadas.

Denominé perpetradores periféricos a quienes comenzaron a mostrarse y a poner al descubierto los canales que los comunican, exhibiendo aquello que piensan y los define ante los medios de comunicación, que es el primer aliado que buscaron, fracasando momentáneamente en el intento.

Aplicaron la propuesta exhibicionista de los otros perpetradores pero en gran escala, con vista al exterior. Una panorámica que demuestra que existen, porque sin que les importe la sanción social, están fanatizados por su convicción que les permite creer en la lógica de sus razonamientos. Lo interesante del fenómeno es que no aparece un ocultamiento de ese modo de pensar ni vergüenza por ser socialmente criticados.

Se comienza a reconocer el latido de lo que se suponía y deseaba superado y acabado, después del Nunca Más. No hace falta que estos pensadores periféricos aporten ideaciones políticas ni ideologías reconocibles; les alcanza con decir: “Aquí estamos y nos vamos a hacer valer. No nos importa el Código Penal, ni ningún otro código como no sea el mío que proclama a quienes yo quiero y admiro como los mejores, aunque está demostrado lo contrario. Y todos los demás (estaba claro en los diálogos con los periodistas) son imbéciles por creer que aquí hay una víctima”, si se trata de la muchachita.

Alguien podría objetarme que la semejanza entre los unos, de General Villegas –no toda la población– y los otros del terrorismo de Estado –no toda la población– es demasiado elemental.

Es posible, no obstante elude el comodín de la sociedad que no sabemos si puede pensarse como enferma, pero sí capaz de gestar una mutación moral: defender y exhibir lo que hace años no había quién se atreviese a agitar públicamente. Aunque centenares lo pensaran de ese modo y procedieran, jurídicamente, absolviendo al violador.


jueves, 11 de marzo de 2010

Reunión de Pan y Rosas

Chicas:
El sábado 13 de marzo a las 19 en Escalante 453 nos juntamos para ver un video y empezar a charlar sobre la conformación de la agrupación Pan y Rosas en La Pampa.
Porque necesitamos una agrupación de mujeres independiente del estado que luche por los derechos de las mujeres estudiantes y trabajadoras.
Porque defendemos el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos e impulsamos la campaña del aborto legal seguro y gratuito, además de decirles basta a las redes de trata y prostitución que están enquistadas en los más altos poderes-desde jueces a políticos-y creemos que sólo con una ley prohibiendo las whiskerías no alcanza como tampoco confiamos en la policía para pedir la comisaría de la mujer.Basta de violencia hacia las mujeres. Aparición con vida de Andrea López y las miles de mujeres y niños y niñas que se intercambian como mercancia!
Porque somos una agrupación latinoamericana y tenemos hermanas de Pan y Rosas en Brasil, Chile, México, Bolivia (y seguimos creciendo) sosteniendo la solidaridad internacionalista en todos los países de América Latina y el Caribe, por el pueblo trabajador y pobre de Haití y Chile. Fuera el imperialismo de estos países.
Porque creemos que los derechos de las mujeres van a ser conquistados si acabamos con la opresión capitalista clerical y patriarcal de este mundo.
Y por muchas razones más es que te invitamos a esta primera reunión donde veremos un video y charlaremos como mujeres trabajadoras sensibles a los temas sobre género.
Como verán hay mucho para charlar y ponernos de acuerdo.
Saludos!

sábado, 27 de febrero de 2010

8 de marzo



Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos
-toda la atropellada ruta de nuestras vidas-
deberían pavimentar de flores para celebrarnos
(que no nos hagan como a la Princesa Diana que no vio, ni oyó
las floridas avenidas postradas de pena de Londres)
Nosotras queremos ver y oler las flores.
Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras
en vez de machos,
Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris
Y de los que nos vendaron los pies
Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina
Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía
Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado
Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas
Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir
a riesgo de nuestras vidas
Queremos flores del que se protege del mal pensamiento
obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo
Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte
Queremos flores de los que nos quemaron por brujas
Y nos encerraron por locas
Flores del que nos pega, del que se emborracha
Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes
Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos
Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras
Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género

Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos
donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;
arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,
de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.

Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.
El jardín del que nos expulsaron.

Gioconda Belli
8 de Marzo de 2007